La nueva apuesta de Ridley Scott es gigantesca, no sólo porque costó mucho dinero sino también porque implica otro tipo de experimento.
No hace mucho, el actor Russel Crowe contó durante una entrevista que se dio cuenta que era famoso cuando una vez que estaba en Roma de vacaciones y salió de una tienda adonde había ido a comprar un reloj, una multitud se había reunido en la famosa via Veneto de la capital italiana para verlo, mientras coreaban a tono: “¡Máximo, Máximo!”.
La película dirigida por Ridley Scott que marcó ese antes y después en la vida del actor neozelandés, además de darle su primer y único Oscar, fue Gladiador, en la que Crowe personificó al ficcional Máximo Décimo Meridio, un general hispanorromano que es traicionado por el emperador, convertido en esclavo y que vuelve para vengarse en forma de luchador en las arenas del Coliseo.
Estrenada en 2000, con una internet incipiente y redes sociales que eran todavía una ilusión, el filme épico de acción, heroísmo y revancha se convirtió en un fenómeno a fuerza de lo que en su momento era lo común: fue bastante gente a verla al cine cuando se estrenó. Hubo marketing, pero también de boca en boca. Incluso cuando las críticas encontradas nunca la incluyeron dentro de la aristocracia cinematográfica, la gente la convirtió en un hito.
Gladiador fue una película “popular”: cosechó casi $500 millones de dólares a nivel mundial, lanzó al estrellato y marcó a fuego a Crowe, puso en órbita a Joaquin Phoenix (quien luego se acomodaría tranquilo en esos roles “incómodos”), y confirmó a Scott entre la élite de los que conocen el negocio del espectáculo en Hollywood. Fue un salto de fe, como era lanzar cualquier película en aquel entonces. Un salto de fe, pero ganador.
Con todo ese bagaje llega al mundo en dos semanas Gladiador II, en lo que definitivamente es el estreno cinematográfico del año. La apuesta es gigantesca, no solo porque costó mucho dinero hacerla (fue presupuestada en $300 millones de dólares), sino también porque implica otro tipo de experimento. Es que 24 años más tarde, el elenco que continuará la saga sale de una nueva clase de élite: la de las redes sociales. Elegidos a dedo y con ayuda de los algoritmos, Paul Mescal, Pedro Pascal y Joseph Quinn, tres de los personajes principales, son considerados dioses para las nuevas generaciones.
Mescal, quien tiene el rol principal de Lucius (¿el hijo ilegítimo de Maximus?), viene subiendo la escalera de la fama de a cuatro escalones por vez desde que se estrenó la serie Normal people durante la pandemia y es uno de los favoritos de los sub-30. Pascal, salido de la familia de Juego de Tronos y de las exitosas The Mandalorian y The last of us, no se queda atrás: las redes lo idolatran. Quinn fue el protagonista este año de Un lugar en silencio: Día uno, y viene avanzando a puro vapor desde que se convirtió en uno de los grandes descubrimientos de la serie Stranger things con el personaje de Eddie Munson. Todos tremendos en su oficio, pero subidos al podio de la gloria con ayuda de la comunidad digital. Para equilibrar, la leyenda Denzel Washington hará del mercader de esclavos, como un guiño para los más adultos y tal vez el único ejemplo de talento “analógico” en el plantel.
La expectativa es alta y es bastante obvio intuir que a la película le irá bien. Tiene la garantía del reparto que le asegura a esta secuela la concurrencia al cine y su posterior visionado en streaming. Pero la pregunta del millón es si esa eventual masiva convocatoria y la fama previa de sus protagonistas puede garantizar el éxito y el cariño que tuvo su antecesora. Porque es deseable que una secuela supere o esté a la altura de su primogénita, como lo hicieron Terminator, Alien, Top Gun, Volver al futuro, Indiana Jones. ¿Podrá Gadiador II colgarse esa medalla?
Si la primera Gladiador era una apuesta de casino, Ridley Scott tiene ahora la mitad de la fórmula para volver a ganar. Pero la calidad en el cine es esencial porque es la manera de generar experiencias memorables y conexión emocional con el espectador. Esa es la prueba de fuego, lo que genera perpetuidad. Las películas bien realizadas logran ese impacto cultural que provocó la experiencia de Crowe en Roma, y tienen mayor probabilidad de convertirse en un clásico. Si toda esa magia vuelve a ocurrir, es muy probable que veamos a Scott salirse con la suya y llevarse, por fin, un Oscar. Está por verse. Mientras tanto, preparemos el pochoclo.
Publicado originalmente en La Voz del Interior – Domingo 3 de noviembre de 2024