«Más malo que el padre de Luis Miguel» podría ser el dicho del momento. Cómo fue que el personaje de Luis Rey se convirtió en el villano por excelencia en la serie del cantante mexicano.
Para cuando Luis Miguel llegó a la Argentina a principios de los 1990 en el pico de su carrera juvenil, poco se conocía sobre su origen. Por entonces, los que disfrutábamos y sucumbíamos ante el magnetismo del Rey Sol y sus odas a la incondicional, el romance y la playa, vivimos todos esos años en el ostracismo del calvario que habían sido la infancia y adolescencia de nuestro ídolo. Podíamos adivinar tal vez sus adicciones, las revistas podían insinuar con quién salía en algún momento, pero en tiempos analógicos previos a las redes sociales, mucho sobre la vida privada de los famosos se construía sobre conjeturas, alrededor de alguna fotografía de un paparazzo y nunca se estaba al tanto de toda la verdad. Su familia, la desaparición de su madre, sus inicios en el show-business eran secretos bastante bien guardados, o al menos poco populares.
Fue por eso que cuando se estrenó la serie biográfica autorizada por el mismísimo Luis Miguel en 2018, muchos nos preguntamos qué sería lo que contaría el cantante mexicano, qué más había bajo el “sol” de esa estrella que tapizó las paredes de nuestras habitaciones, que nos hizo bailar en boliches, que nos anegó en el almíbar de las baladas de amor romántico. Cuánto más nos podría entretener la existencia de un músico que parecía tener todo: dinero, fama, mujeres.
Pero que ciegos estábamos. Luis Miguel no solo se decidió a desnudar su vida como en una verborrágica sesión de terapia, sino que presentó en escena a Luis Rey, su “creador” y al mismo tiempo la encarnación del horror mismo, unido a él por la sangre y el vínculo más poderoso. Como Darth Vader de Luke Skywalker, Luis Rey era el padre de Luis Miguel. Un músico profesional sin éxito rotundo que ve en su joven primogénito la chispa del genio y no duda en ofrecérselo al mundo. Lo que sucedió a continuación fue una sociedad basada en la combinación virulenta de admiración, celos y necesidad económica, en la que como Víctor Frankenstein, Luis Rey “concibe” al Luis Miguel que el mundo conocerá, disfrutará y consumirá en los años por venir. Pero lo hizo a costa de sumirlo en la más terrible de las explotaciones laborales; de introducirlo a las drogas y el alcohol; y de convertirlo en una estrella multimillonaria a base de un régimen cercano a la tortura, solo para robarse después el dinero, ¿mandar a matar? a su esposa y madre de sus hijos (nunca se sabrá) y, como epílogo del terror más despreciable, llevarse el secreto a la tumba.
Como personaje inspirado en la realidad, Luis Rey, quien falleció en 1992 y jamás podrá dar su versión, se convierte así en el villano por excelencia, en el sueño de todo guionista, en el peor de los seres dañinos detrás del telón. Si no fuera porque sale de la propia narrativa y vivencia del protagonista, caería en el más vil de los lugares comunes. Sin embargo, tal es su fuerza como malvado en el show televisivo, que la segunda temporada de la serie de Luis Miguel, cuando al artista le toca contar los pormenores de su adultez, sin su padre como mánager, antagonista y catalizador de todos los males, la historia cae en el sopor y el desencanto. La vida de Luis Miguel en la ficción es interesante cuando su padre está allí, haciéndola y deshaciéndola a piacere, sumiendo a nuestro héroe en la peor de las desdichas: hacer que su mayor don vaya de la mano de la desgracia.
Publicado originalmente en La Voz del Interior – Domingo 5 de febrero de 2022