El éxito del reality de Telefé no hace más que confirmar que, contra todos los pronósticos, la TV tradicional tiene mucha tela para cortar todavía.
El canal porteño, que en Córdoba es Teleocho, cierra 2022 con una ¡décima! edición de Gran Hermano, traído de los pelos a fin de año, solapado con el ¡Mundial de fútbol!, y para tener programación durante el verano. Cualquiera hubiera pensado que una jugada semejante en un canal abierto en esta época era de locos, pero mire qué bien le está yendo: todos hablamos del reality.
Es que Telefé parece no haber creído los pronósticos de muerte y, si lo hizo, se reposicionó. Probó con muchos programas (no hace mucho su vedette era Materchef en versión niños y celebridades) y comprobó que, si bien la audiencia ya no es la de los 1990, hay un ecosistema en las redes sociales que necesita contenidos para tener de qué hablar y que posa los ojos en la televisión, aunque sea para criticarla. Pero tiene que verla. ¿Y quién mejor que los canales para darle ese contenido? No importa qué, pero parece ser que funciona mejor siempre y cuando tenga personas compitiendo por algo.
Masterchef, un reality de cocina en el que jamás se ofreció una receta completa, es una arena en dónde participan seres humanos por estatus, dinero, el primer puesto, lo que sea. La comida es lo de menos. El juego fascina. Ya sea la seducción de los chefs o la rebeldía de los participantes, todo se convierte en material de charla. Y luego, esa charla se multiplica en Memes y pasa a Twitter, Twitch o YouTube, que a su vez contagian a otros desprevenidos que eventualmente también se sentarán a ver para no quedarse afuera. El círculo perfecto se completa. La función del entretenimiento se consuma.
¿Y qué otra cosa es Gran Hermano sino otra competencia tal vez más cruel? Pero este experimento que muestra 24 horas al día a voluntarios que se exponen sin pudor por dinero, fama, o lo que sea, suma otro aditivo además de la discusión en redes. La gente que se organiza para verlo premia o castiga de acuerdo con su sistema de valores. Como si fuera un juego de “Los Sims” comunitario, el público compite también, ferozmente, mostrando la hilacha. El juego es cautivante y perverso, y al final, los que estamos afuera somos también los que estamos a prueba, los que nos exponemos, los que caemos en la trampa. Los de afuera también somos los “observados”. El círculo perfecto se vuelve a completar y la tele, siempre viva, nos hace pito catalán.
Publicado originalmente en La Voz del Interior – Domingo 20 de noviembre de 2022