Arnold Schwarzenegger es el epítome del sueño americano hecho realidad. Cómo fue que un inmigrante afecto al fisicoculturismo se convirtió en una estrella de Hollywood y en gobernador de California.
«Quiero ir a los Estados Unidos, convertirme en actor y casarme con una Kennedy», dicen que dijo Arnold Schwarzenegger cuando todavía era un joven aprendiz de fisicoculturista en Austria. Consultado por esa frase hoy, uno puede imaginarse a Arnold riendo y saboreando un habano, asintiendo sin decir una palabra. Si algo es seguro, es que el actor siempre deseó emigrar de su país de origen e instalarse en California, que desde la fría Europa montañosa de la década de 1960 debe haber lucido para él como el mismísimo paraíso. Así que a los 21 armó las valijas, dijo ‘auf Wiedersehen‘ y se mudó a Los Ángeles.
A esa altura levantar pesas para Arnold, «Suaseneguer» para los amigos, era más que un hobby. Una vez asentado en los Estados Unidos no hizo más que ganar reconocimiento en una disciplina que se despegaba del show de freaks y comenzaba a verse como un deporte. Músculo va, músculo viene, en esos años Arnold puso en la repisa cinco títulos de Mr. Universo y siete de Mr. Olympia, como para auto confirmarse dios residente del edén en el que vivía. Mientras tanto, laburaba a conchabo, aprendía inglés y se graduaba en la Universidad.
El paso al cine fue solo cuestión de tiempo. Después de un par de papeles nimios, en 1976 se llevó puesto a Hollywood con su rol de fisicoculturista en Músculos de acero, una cinta olvidable con Sally Field y Jeff Bridges que le dejó, además de un poco de experiencia en la industria, un primer y único Globo de Oro por su actuación.
Por entonces, Arnold ya se sabía convocado por su aspecto, pero no le importaba mucho: su meta era hacerse de dinero rápido, así que cuando le ofrecieron el papel de Conan el bárbaro, solo preguntó dónde poner la firma. Sin muchas vueltas, se sacó la remera, se puso calzones de piel y una vincha, y se convirtió en el guerrero fantástico. Ya nada sería lo mismo. Un par de años después, con algo de fama en su haber, lo llamarían para hacer el papel de Kyle Reese en Terminator, el experimento de ciencia ficción del por entonces novato James Cameron. Sin embargo, Schwarzenegger le dijo que no al héroe y puso a disposición su estructura esquelética de 1.90 metros para convertirse en el robot villano. Que sí, que no, Cameron se agarraba la cabeza dubitativo. «Confía en mí«, le dijo Arnold. El resto es historia.
Los siguientes 20 años Arnold se dedicaría a reventar casi literalmente las taquillas de todo el mundo con tanques como Comando, Depredador, El vengador del futuro, El protector, Mentiras verdaderas y, por supuesto, la franquicia de Terminator. Llegó incluso a hacer comedias que fueron destrozadas por la crítica como Junior, Un detective en el kinder y Gemelos, pero ninguna hizo mella en la caja. 20 millones. 22 millones. 25 millones. Llegó a cobrar 30 millones de dólares por película. Solo por decir «Hasta la vista, baby» en Terminator 2: El juicio final, por ejemplo, le pagaron 85.716 dólares. Pasaba roles porque no lo convencían que luego iban a parar a Bruce Willis o a Nicolas Cage. Como buen previsor, invirtió en bienes raíces y en restaurantes. El sueño americano en su máxima expresión: dos de tres deseos cumplidos. Pero no termina ahí.
Afortunado en el trabajo y también en el amor, a fines de los 70, en un partido de tenis de beneficencia, Arnold conocería al amor de su vida, la periodista Maria Shriver. No era cualquier chica. A falta de realeza en el continente americano, Shriver podría contar como una pseudo princesa de la dinastía política del norte, al ser la sobrina del presidente asesinado John F. Kennedy. Se casaron en 1986 y tuvieron cuatro hijos. Cuando la carrera de Arnold comenzaba su declive natural, el fisicoculturista convertido en actor y casado con una Kennedy despuntó su carrera política dentro del partido Republicano y se postuló como gobernador del “reino” de California (salvando las diferencias, sería algo así como que el marido de la sobrina de Cristina Kirchner se postulará por el PRO). Durante los dos mandatos consecutivos que administró ese estado -desde 2003 hasta 2011- no temió usar sus influencias cinematográficas, fue cuestionado por su postura a favor frente a la pena de muerte y alabado por su activismo ambiental. Cuando cerraba su ciclo, admitió tener un hijo extramatrimonial con una empleada doméstica y la mujer lo echó de la casa. También le pidió el divorcio.
“El sentido de la vida no es simplemente existir, sobrevivir, sino progresar, ir para arriba, conseguir, conquistar”, supo decir. A los 67 años, Arnold ya podría relajarse y mirar para atrás, orgulloso, realizado y millonario, y dar cátedra de cómo convertir los sueños en realidad. Pero él elige seguir trabajando y entregar, aunque con canas y algunas arrugas, lo que mejor sabe: el Terminator T-800 a la tribuna de fans. Hay que darle crédito. Él dijo que volvería. ¿Se acuerda?: «I’ll be back«, dijo. Y cumplió.
Publicado originalmente en La Voz del Interior – Domingo 5 de julio de 2015