La intención puede ser buena, pero la inclusión en las pantallas no se logra cuando su finalidad es simplemente llenar casilleros en una planilla de producción.
¿Vio la última película de Alien? Bueno, si no la vio no es un problema. La película de Federico Álvarez no se aleja mucho del concepto de sus predecesoras: hay un grupo de personas encerradas en un lugar pequeño qué deben escapar de un terrible extraterrestre antes de que se les meta adentro. Pero lo más interesante de esta última entrega de la saga que iniciaron Dan O’Bannon y Ridley Scott en los 1970s, es su pertinencia para analizar un poco la cultura woke en las pantallas, tema del que se viene hablando ya hace un tiempo.
En Alien: Romulus llama la atención que los protagonistas son de diferentes razas y orígenes: hay una chica blanca, una oriental, un afroamericano, dos latinos y un europeo. La elección no es caprichosa en el contexto que propone el filme y supone también una elección política: el deseo de retratar la diversidad a la hora de pensar a sus personajes.
Lo que pasa aquí con Alien pasa en muchos otros productos que han sido concebidos para satisfacer la demanda de pluralidad en las pantallas. Es decir, la intención es buena, no vamos a discutir eso, pero el hecho de poner actores y actrices de distintas etnias en una de ciencia ficción es, al menos, perezoso. ¿Por qué? En una historia de ficción en donde la estrella es un extraterrestre, la inclusión de la diversidad no es verdaderamente relevante. Los personajes son la variable dependiente, es decir, da lo mismo si el que navega la nave es oriental, latino, blanco o negro, ya que el monstruo los va a matar a todos, y siempre la chica blanca es la que va a quedar al final.
Tomo este filme porque es el más cercano de los estrenos, pero la pregunta vale para todos: ¿tiene relevancia esa inclusión de la diversidad?, o ¿solo estamos presenciando un “acting” para llenar casilleros en alguna planilla y lograr un producto final que al final suena de alguna manera, fingido?
Salgamos de la ciencia ficción y veamos otro ejemplo cercano: la secuela de Sex and the city, And just like that. La serie de Darren Star experimentó de primera mano cómo la inclusión de un personaje diverso (en este caso miembro de la comunidad LQBTQ que se suponía venía a balancear la primacía blanca de clase alta que simbolizaban las chicas) no simpatizó con su audiencia. Pero no porque el personaje fuera “diverso”: la trama en la que este personaje se introducía no tenía mucho asidero y parecía incrustada, justamente, para la tribuna. Tanto falló, que lo tuvieron que sacar.
El verdadero reclamo de diversidad, en particular hacia Hollywood, es que haya historias contadas PARA y SOBRE grupos diversos. Hay un público ansioso allí afuera que celebrará identificarse con el “latino” de la película, por ejemplo, pero que celebrará aún más ver representados sus problemas, sus dilemas, su visión y su lugar en el mundo, y no solamente verse como parte requerimiento obligatorio salido de la oficina de los popes (en su mayoría hombres blancos y millonarios) que firman los cheques para producir.
Queremos inclusión, pero queremos también que nos cuenten historias que reflejen a todos en todas las etapas de la vida, y que estas historias tengan profundidad, que sus personajes no sean unidimensionales. Por el contrario, que abarquen a todas las clases, a todas las edades, a todas las luchas, a todos los sueños, que se corran del cliché, y que les den oportunidad a los artistas de diversos géneros, generaciones y nacionalidades a expresarse. Y a los que estamos del otro lado de la tribuna, a la audiencia, el poder de vernos retratados en ellos.
Cuando esto ocurre realmente, se cumple con ese intercambio que nos proponen el cine y la televisión qué va más allá del entretenimiento por el entretenimiento mismo, y qué tiene que ver con el rol de ser un espejo de la sociedad. Porque las pantallas pueden distender, pero también pueden ayudar a crear conciencia racial, a cuestionar las normas injustas, mejorar nuestras actitudes, corregir comportamientos y madurar en un sentido social. En definitiva, a desafiar el estatus quo y proponer algo mejor. A lo lejos, en el horizonte, el objetivo es (o debería ser) aspirar siempre a un mundo más justo. Vale para Hollywood y Estados Unidos con toda la diversidad que alberga ese país, pero también vale para el nuestro, que también la tiene. La diversidad pasa en la vida real, y también puede (y debe) pasar en las películas.
Publicado originalmente en La Voz del Interior – Domingo 29 de septiembre de 2024