Tres películas recientes eligen como protagonistas a las personas mayores y así enfocan el tema de la madurez desde una narrativa más inclusiva.
Septiembre no trae solo aire de primavera y estudiantes en estado de excitación. Para los que amamos el cine, septiembre también marca la despedida de las vacaciones de verano en el hemisferio norte y de invierno aquí, y en simultáneo, la retirada de los tanques taquilleros orientados para la familia y el arranque del festival de Venecia. El célebre evento, recordemos, anuncia la llegada de lo bueno y exclusivo, la alta costura del séptimo arte, lo reservado para el final de año, de cara a la entrega de premios. En definitiva, septiembre es el comienzo del postre del banquete del cine y es a julio lo que un Malbec añejado es a un tetrabrik.
Aunque todavía se nota la reminiscencia del blockbuster, es cierto. Ya las salas, y más después de la pandemia, no pueden sobrevivir sin ese modelo de negocios. Y que se entienda, no es que no me guste verlo a Ryan Reynolds vestirse de Deadpool por enésima vez ni que no disfrute del entretenimiento por el entretenimiento mismo. De hecho, este ha sido un año bendecido con varias precuelas, secuelas, relanzamientos (Alien, Intensamente, Twisters, Quiet Place) para la pantalla grande que han sido bastante disfrutables, que les hacen honor a sus antecesores y que le brindan más que evasión al ritual del pururú y la sala grande en el shopping.
Pero ir al cine puede y debería ser más que un simple entretenimiento: es una poderosa experiencia cultural que puede tener impacto en nuestras vidas. Ya sea intenso, leve (todo depende de uno), las películas tienen la capacidad única de transportarnos a mundos diferentes, presentarnos nuevas perspectivas y, ante todo, evocar emociones profundas. Y ahí es donde los festivales suelen ser la mejor curaduría. De esa selección, hoy son fáciles de conseguir tres tesoritos: Ghostlight, Touch y Thelma.
En Ghostlight, de Kelly O’Sullivan y Alex Thompson, un padre que trabaja en la construcción canaliza la peor de las pérdidas a través de una llegada casual a un grupo aficionado de teatro. Mientras ensayan el clásico de Shakespeare, Romeo y Julieta, la vida real y la obra se entrelazan, dejando en evidencia cómo el arte puede sanar tanto como el psicoanálisis. Touch, el drama islandés dirigido por Baltasar Kormákur, pone en primera plana a un hombre mayor que en plena pandemia y al borde de la senilidad sale de viaje a buscar a una vieja amiga. En dos líneas temporales que se “tocan” suavemente, la urgencia por darle un sentido más a la existencia se superpone con la delicadeza del primer amor. En Thelma, la única comedia del grupo, una abuela copada, interpretada por la nonagenaria June Squibb, deja su vida tranquila en el geriátrico para salir a buscar a los estafadores que le robaron los ahorros en un “cuento del tío”.
Todos estos filmes debutaron en festivales este 2024, ninguno se auto percibe transcendental, pero han sido de lo superior que ha presentado este año. Su fuerte es hacer pie en emociones humanas básicas y constantes como la pérdida y el amor, y con algo en común: adultos mayores en roles protagónicos. Y no estamos hablando de maduros como George Clooney o Brad Pitt, sino de esos más comunes y corrientes que nadie conoce, que en el ejercicio de la mirada nos resultan familiares, o no tanto, pero que tienen la capacidad de ampliar nuestra compresión de la experiencia humana o shockearnos con sus similitudes, aunque nos hablen en otro idioma.
Ya hace rato que el cine viene mostrando otro tipo de narrativa más inclusiva de “los veteranos”, un protagónico que solía estar excluido o remitido a la historia paralela, al personaje secundario. Estas historias ofrecen una perspectiva enriquecedora sobre la resiliencia, la sabiduría y la belleza de la vida cotidiana, que a menudo se pasa por alto en sociedades obsesionadas con la juventud y el éxito. Nos recuerdan que cada etapa de la vida tiene valor. Y tal vez estoy siendo muy optimista, pero al retratar la complejidad del envejecimiento con todo lo que conlleva en términos de la soledad, los vínculos y las cuestiones pendientes, estas historias fomentan la empatía, rompen estereotipos y ayudan al espectador a entender algo más que su propia razón de ser. En definitiva, celebran el espectro completo de la vida. Y de paso, nutren el equilibrio, que siempre es bueno: una de cal, una de arena, o extrapolado a la experiencia del cine: una de acción, una independiente. Un poco de todo siempre es mejor.
Publicado originalmente en La Voz del Interior – Domingo 1 de septiembre de 2024